miércoles, 25 de septiembre de 2013

De ti aprendí…

Por Naila.

A pesar de no haber convivido contigo, conocerte poco y ser una persona ajena a mi vida, he aprendido de ti,  y por supuesto que no ha sido de tu presencia porque ni eso has podido darme. Por lo tanto menos amor, cariño, protección, tus deberes de padre. Pero como bien se sabe, el cariño y amor son producto de la convivencia diaria. Es por ello y hasta ahora entiendo el por qué no me quieres. No puedes querer a quien no conoces, de quien has huido, con quien nos has convivido, aunque sea tu hija, de hecho tu primer hija.

No obstante, me has enseñado. Todo en la vida tiene un aprendizaje. Y por ello he aprendido mucho de ti, de tu ausencia. He aprendido que un hijo jamás se niega y menos cariño, amor, porque el mejor regalo que una persona puede recibir en la vida, es ser padre o madre.  Los hijos son el milagro más concreto de Dios, de la vida, después de la vida misma,  lo más valioso es tener un hijo.

Aprendí que nadie es indispensable en la vida, que todos valemos por lo que hacemos y también por lo que dejamos de hacer. Aprendí a disfrutar la vida, a cada instante, que si un padre te abandona, no por ello se acaba el mundo, como contra parte conocemos personas bellas en nuestro camino, sobre todo cuando las que deben estar no lo están. Aprendí a salir adelante y amarme sola.

Con tu ausencia supe que la orfandad se puede vivir aunque tu padre esté vivo. Aprendí que lo que damos por sentado y por un hecho no siempre lo tenemos, como el amor de los padres a sus hijos. Aprendí que la fuerza debe salir de lo más profundo de nuestro  ser para salir y brincar todos los obstáculos que se presentan en la vida. Aprendí que por el hecho que un hombre no quiera a sus hijos, no quiere decir que todos son así,  hay hombres que dan la vida por sus hijos, los aman.

También aprendí que hay que perdonar a quien sea, a pesar de todo el daño que te haya causado. Y por ello sólo me queda agradecerte el ser un instrumento de Dios para poder gozar de la vida, de mi vida.

De ti aprendí que por mucho que escondamos algo, tarde o temprano sale a relucir. A veces, pueden pasar 41 años, por ejemplo.

Aprendí que entre más huimos de lo que no queremos, más presente lo tenemos. De ti aprendí que la vida no espera, no perdona y ante los errores cometidos la mejor opción es tratar de enmendarlos, de lo contrario la conciencia no te deja dormir tranquilo, ni vivir en paz.
Aprendí que la apariencia física, lo exterior no sirve de nada, o de muy poco, lo importante lo más valioso es lo que tenemos adentro,  nuestros sentimientos, emociones, los valores que nos mueven a cada minuto, hora y día para ir construyendo la persona que somos, el ser humano que queremos ser.

Tuviste la gran fortuna de ser un instrumento para generar vida, eso fue un regalo de Dios, una bendición pero tú decidiste no querer a tus  hijos  y además  los niegas. Como bien me lo dijiste cuando nos reencontramos, nos sepultaste vivos, para ti nosotros representamos un pasado olvidado, enterrado. Sólo te recuerdo que aunque para ti estamos “muertos”, estamos vivos, hicimos nuestras vidas, tenemos una familia, tú tienes nietas y nietos, acá estamos con tu rechazo a cuestas. Después de conocerte, reflexiono y me pregunto ¿Qué hay dentro de ti? ¿Cuáles son tus valores? ¿De qué estás hecho?

Pero yo no soy quien debe  juzgarte, ese no es mi papel, a mí sólo me corresponde, dar las gracias. Por lo tanto agradezco a Dios, a la naturaleza y a ti, porque yo soy producto de esa bendición. Y por ello sólo me queda decir muchas gracias por ser un instrumento de Dios para que pudiera llegar al mundo y gozar de la vida, de mi vida, de lo hermosa que es la vida, pese a todo.


Te honraré en mi alma y  corazón toda mi vida, porque sin lugar a ninguna duda… hay personas que siempre permanecerán en nuestro corazón más no en nuestras vidas. 

martes, 24 de septiembre de 2013

"!Insolente!", me lo gritas entre dientes.








Hay una fuerza que me detiene, no me atrevo. Tantas veces me dijiste que ese lugar no era de mi incumbencia, que ahora me siento que traspaso los límites permitidos. Estoy rompiendo con tu intimidad, con tus secretos.

Y sigo revisando tus pertenencias antes de mi partida y no puedo dejar de pensar en ese rincón tuyo, el intocable. Las he encontrado, sé que existían. Tantos secretos. Me encuentro frente a el y no deseaba abrirlo, pero no tenía más remedio. Si no era yo, alguien te descubriría.

¿Qué hago con ellas? Ellas guardan tu pasado. Aquí, en este momento, entre mis manos la respuesta a muchas de mis preguntas… y no… me detengo. Un bonche de cartas tuyas, el timbre y el nombre es el mismo. No, no puedo. No me atrevo ni siquiera a verlas. Me queman. Algo me lo impide. Vuelvo a intentar, solo así de reojo y no logro sacarte de mi pensamiento con tu mirada que me reprocha mi imprudencia. 

Pero mi curiosidad es más grande. Las paso entre mis manos.  Una a una, y veo ese nombre que no me es ajeno. Son tuyas, lo presiento. No logro percibir las letras. Alguna vez escuché de entre tus labios el murmuro de este nombre. Tras las puertas. En secretos.


Te has ido a la tumba con todo. Con tus más profundos secretos, y aquí ahora, en este momento yo los tengo al descubierto. A un instante de leerlas. ¿Debo o no debo? Si bien no estas presente, siento tu mirada reprocharme. “¡No te atrevas!, ¡Insolente!... Son mis cosas, no te acerques”, me lo gritas entre dientes. 

domingo, 22 de septiembre de 2013

Rima para repasar la "M"



Mariano subió a su barca y se hizo a la Mar
Muchas nubes en el cielo se empezaban a formar

Unos cuantos peces él quería encontrar
Pero para su sorpresa Medusa lo vino a buscar

Él sabía que a ella no debía Mirar
Y cerrando sus ojos en María se puso a pensar

Una ola grande  y Morada de pronto llegó
Y al Muchacho sin más, de la barca tiró

Muy Mojado y sucio a su casa entró
Y el Marino en su Mesa pan encontró

Así acaba la rima que yo traje hoy
Y como una Mariposa volando me voy

La colección


LA COLECCIÓN
Al primero que maté fue a José Alfredo. Él era el más débil de todos, trabajaba de mesero en un restaurant del centro en el que comí un par de veces; salía de madrugada del trabajo, lo esperé, le enterré tenedores en la garganta. Al principio lo hice por venganza, después le encontré placer a lo que hacía, me encanta ver el vacio en lo que antes fueron sus ojos.
Me tomó 12 años estudiar la vida de los que jodieron la mía en la secundaria. Después de José Alfredo siguió Jezabel, me fui a Torreón, allá vivía ella; tenía un amante, les disparé en el cuarto de un motel, fue un dos por uno. Otra parejita de la que conservo sus cráneos es la de Rafael y Marisol, los populares de la clase que se terminaron casando; no tuve el gusto de asesinarlos, fallecieron en un accidente automovilístico, sin embargo, debía cumplir mi promesa, exhume sus cuerpos y los decapité.
De regreso en la ciudad, disfrazado de payaso, en el tercer cumpleaños del hijo de Anahí hice llorar al público con mi espectáculo: trucos de magia, bromas y concursos; terminó la fiesta y la vida de Anahí, la asfixié.
Alan era un drogadicto, fue fácil ofrecerle drogas en su casa y cortarle la cabeza ahí, en el periódico anunciaban un ajuste de cuentas. Esa tarde fue especial, manejando de regreso vi que unos chicos golpeaban a un joven gordo cerca de una fábrica abandonada. Mis ojos se llenaron de ira, me baje del auto y corrí hacia ellos, derribe a uno y comencé a golpearlo, su sangre salpicaba mi cara, dejaron de patear al gordo y se dirigieron hacia mí, saqué el cuchillo de su funda y lo clave en el estomago del que tenía más cerca, el otro corrió, me subí al auto y pronto le di alcance, lo atropellé. Ayude a levantarse a Vicente, ese era el nombre del gordo, y le hice prometer silencio, lo hice mi socio. Él platicaba la forma en que lo humillaban debido a su sobrepeso. Yo le conté sobre la promesa que hice cuando terminé la secundaria: coleccionar los cráneos de aquellos que me lastimaron en esos tres años. Por supuesto no estaba sólo, tenía otro cómplice: Fernando, era el dueño de una empresa de plásticos, siempre fue bajito de estatura por lo que recibía apodos a diario; él financiaba los viajes y sobornaba a las personas. El cráneo del centro pertenece a Alberto, fue quien más me humilló debido a mi origen indígena, fue el más difícil de atrapar. Era agente de ventas en una agencia automotriz, bien perfumado, corbata y traje a diario. Hacía ejercicio. Lo agarré una noche que salió de un bar, iba yo de taxista, le ofrecí un precio económico a su casa, se subió. Cambié el rumbo y se dio cuenta, fingí equivocarme, me pidió parar y asentí, abajo me mentó la madre y me dio un puñetazo en las costillas, a pesar de que estaba briago se defendía bien, pero pudo más mi llave de cruz.

Amo mi colección. Mañana se reunirán mis demás ex compañeros de la secundaria, es el aniversario de la generación o de lo que queda de ella. Mi colección aumentará.               

viernes, 20 de septiembre de 2013



Estoy enojada. Conmigo misma. Me siento mal. Sé que esta sensación no va a desaparecer pronto, que es como un dolor de cabeza que no se pasa.  Sólo queda esperar… Si sólo hubiera dejado la prisa y la pereza de lado. Pero ya es tarde. Y es que estaba abierto, ¿qué podía hacer? Ahora, que si lo pienso bien ¿por qué estaba abierto?, nadie salió de él, estaba vacío. ¿Me estaba esperando?

No tenía por qué haber entrado lo pienso, lo grito. El sonido de mi voz rebota entre las cuatro paredes, como diciendo: no estás sola. Me tranquilizo, después de unos segundos decido  presionar el botón, los botones. De pronto la oscuridad. A tientas recorro uno a uno los botones, mis manos tiemblan y mi respiración se agita; la primera vez lo hice de manera vertical, ahora lo haré horizontalmente. Nada, ni un sonido, sólo mi respiración.

Ya lo intenté todo: gritar, golpear, brincar, sólo me queda llorar. ¿Mi celular?, no  tengo idea de dónde carajos lo dejé. Y es que tan pronto como di un paso adentro, las puertas se cerraron, apreté el botón, un movimiento y ya no hubo salida. Estoy en un metro cuadrado, en medio de no sé qué piso.

Estoy dando vueltas, midiendo el tiempo con mis pasos. Esperando que Héctor se dé cuenta de mi ausencia. Pero ése sólo piensa en mí cuando tiene hambre. ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué no utilicé las escaleras? Ahora estaría libre, entre escalones, en la luz. Hace calor.
Todo es inútil, la espera lo es aún más. Cuánto tiempo llevo aquí, hace cien pasos que conté doscientos. Voy a comenzar a gritar y a golpear las puertas, ellas tienen la culpa de que esté aquí, debían de haber estado cerradas. Grito, y las paredes metálicas consumen  mi voz.  Todo es inútil, estoy  encerrada, atrapada, sin salida, tras mis pasos.

¡Qué calor!, ¡Qué oscuridad!, ¡Qué soledad!

Sólo pienso en los escalones, ellos eran el camino. Estoy en el suelo, esperando, pensando en la luz. Estoy atrapada. No puedo salir, no puedo seguir adelante. Me siento como una rata recién capturada. Debo de estar pálida.  Ya no soporto mi voz, las palabras…

Respiro. Me digo, hay que tener calma. Lo peor es perder el juicio. Sólo pienso en salir, en el aire, en la luz. Tengo que salir, no hay ninguna razón para que yo esté aquí, encerrada, atrapada.  Debo salir. ¡Tengo que salir! ¿O no?

Pienso en lo que hay del otro lado del metal. Me arrastro hacia las puertas, trato de ver,  de escuchar. Nada.  Héctor ya debería de tener hambre, ya debería de haberme sacado de aquí. ¿Qué no hay nadie en este pinche edificio? Las ideas, las palabras, el aire caliente, esta ceguera…
Me dispongo a no pensar en esa palabra, no quiero ponerle nombre a este sentimiento, a este momento, no quiero que exista.


Pero es inevitable, estoy en una trampa.

jueves, 19 de septiembre de 2013



LA VIDA EN BICICLETA

¡Recuerdo el día en que mi padre me dio el primer y último regalo!

 Llegó después de haber trabajado más de doce horas en una fabrica a la orilla de la ciudad, me llamo: ¡Samuel ven acá, te he traído algo!, yo corrí presurosamente, cuando la vi sentí que me faltaba la respiración, mi corazón latía cada vez más rápido, no sabía qué decir, la tomé entre mis manos deslizándolas suavemente y dije: ¡No volveré a caminar! era una bicicleta.

Recorrí el pueblo por completo en ella a toda velocidad; el viento chocaba con mi cara y yo no hacía más que sonreír de la emoción que sentía, yo en mi mundo, sin saber que ese día sería el último en que vería a mi padre.

Regrese a casa con la ganas de contarles a mis padres el recorrido más sorprendente que había hecho, entré a casa y vi como mi madre no paraba de llorar con un sentimiento de decepción, no tuve el valor de preguntarle qué era lo que pasaba, deje mi bicicleta en el patio y la observe durante varios minutos hasta que ella mi dijo: ¡se fue! Y no volverá jamás.

Después de esa frase, mi madre nunca más volvió a hablar de mi padre. No parecía que las cosas estuviera mal entre ellos, mi padre trabaja todo el día y mi madre trataba de servirle en lo que más podía, él no se quejaba, pero a esa edad uno no se da cuenta de las cargas, los tormentos, las preocupaciones, las desilusiones de los adultos.

Desde ese día me propuse que de una u otra forma tendría que encontrar a mi padre y saber ¿por qué se había ido? ¿Qué era lo que lo llevo a abandonarnos?. Seguía yendo a la escuela y en las tardes, realizaba algunos mandados a los vecinos a cambio de unas cuantas monedas, de esa forma teníamos para mal comer.

Mi bicicleta y yo éramos uno mismo yo no me bajada de ella casi por ningún momento, hasta que un día don Pedro me dijo: ¡ojalá y ganaras un premio por andar en esa cosa porque no la dejas ni por un segundo! Entonces pensé: ¡ganar un premio, salir en la televisión y hacer que me padre me vea y me busque!

Me dedique día y noche a entrenar y buscar ayuda para poder competir, hoy es mi primer carrera a nivel profesional dicen que más de un millar de personas me verán, espero que dentro de esas este mi padre me vea y me busque…

 

Ejercicio a partir de una imagen










Cyberfriend

Miles de kilómetros de distancia separan a estos usuarios. La barrera que presentan es una pantalla, un teclado y la visión que cada uno tiene de su propio mundo.
Antonio le escribe a Jessica que es un joven bien apuesto de 23 años de edad, es de su interés que Jessica lo acepte como amigo en Facebook.
Jessica por su parte reclama tener 17. A pesar de ser menor de edad tiene ya su propia cuenta en Facebook y ha creado una interminable lista de contactos y cyber amigos. Vive en California y está interesada en expandir su lista de contactos, y conocer más de sus amigos cibernéticos.
Una tarde en la habitación de Antonio.
No te imaginas con quien estoy chateando, le dice Antonio a José, su primo.
Mira, insiste Antonio.
No puede ser. ¡No inventes que ya te la ligaste!
Ven acércate, velo tú mismo.
Antonio estaba feliz de ver la mirada de desconcierto de su primo y saber que le había ganado.
José, por su parte, se sentía profundamente incómodo al haber perdido la apuesta y ya tenía entre su lista de contactos a la joven que ambos habían intentado añadir desde hace varios meses. Semana tras semana, vía Facebook,  no dejaban pasar la oportunidad de mandarle una petición de amistad que ella no hubiese rechazado.
A pesar del cariño que se tenían, en cosas de chicas el tema era diferente. Se trataba ahora de una cuestión de orgullo y autoestima varonil entre ellos.
Antonio se moría de la risa al verlo enojado.
¡Qué bonita es! No cabe duda que tuviste más suerte que yo. José no dejaba de admirar la foto de la chica.
¡Clarines! Con esta chava si me clavo y chance que me saca de este pueblo.
No sabes hasta donde voy a llegar. Desde que me aceptó, Jessica no ha dejado de escribirme. Le intereso un buen. Ya verás lo que no logro con ella.
¿Y de que han platicado?
De todo, es bien sincera. Me cuenta lo que hace todos los días. Chateamos por horas.
Me encanta, esta re guapa. No me caería mal un fajecito con ella.
No manches.
No sabes sus pláticas bien “cachondas”. Ni te imaginas, ya hasta me pidió que ponga la cámara.
Ay “guey” y que le dijiste.
Que estaba en el trabajo, que a esas horas que ella se conecta no puedo.  
Orale!
Niños vengan a comer, la mesa esta puesta. Interrumpe una voz cerca de la puerta de la habitación de Antonio.
Sí ya vamos, contestan los dos adolescentes mirándose a los ojos y sin decir más palabras.
¿No nos ha oído verdad? Comentó José en voz baja.
Si nos cacha estamos fritos no más Internet.
¡Ya no hay moros en la costa!, dijo José en cuanto la voz de la madre de Antonio se alejaba de la habitación.
Sabes que, yo ya mejor me voy, si mi mamá se entera de lo que estamos haciendo o mi tía llega a descubrirnos y le dice algo a mi ma’, no quiero ni imaginarlo.
Mmmhh, como quieras y volteando su cara a la computadora, Antonio ignora la partida de José.
En otro lugar, cerca de Tijuana, Jessica se fijaba en cada detalle y checaba el perfil de su reciente amigo con especial curiosidad. Durante un largo rato sus ojos buscaban detalles sobre él. Su interés aumentaba cada vez más al ver las fotos del apuesto galán. La vista clavada en la pantalla. Estaba tan encerrada en sí misma que habían pasado horas sin que se diera cuenta del tiempo.
Ya eran varias veces que había platicado con él, solo le faltaba conocerlo. Seguiría intentando pedirle verlo en una videoconferencia. No se daría por vencida.
Pensaba que había logrado llamar la atención de un súper modelo con el que podría presumir a sus amigas. Pasaban horas chateando en cualquier oportunidad que se le presentaba y Antonio se mostraba muy interesado.
Los pensamientos y la imaginación de Jessica volaban.
Ni siquiera la oyó entrar. Ni se percató de que su madre estaba detrás. La mano de su madre se extendió tocándole el hombro. No se movió. No sabía qué hacer. Tragó saliva solo de pensar que su mamá se había dado cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Qué haces que ni te fijaste que entré?
De pronto una idea le atravesó la mente. Mi tarea ma’, contestó rápidamente y de inmediato cerró las ventanas que tenía abiertas.
La madre fue incapaz de percibir el veloz movimiento.  

Mira, más te vale que te quites de la computadora de inmediato, sino quieres que te la castigue. Mañana ya cumples 14 años y debes ser más responsable.  Aunque la madre percibía algo extraño, no sabía exactamente que estaba haciendo su hija. Decidió pasar por desapercibido el incidente por que no entendía mucho de computadoras y era mejor no entablar una riña con su hija en esos momentos. 

Escuela de hombres



Desde arriba todo parece claro. El padre de Arturo sacude con precisión e higiene. Y cierra la bragueta. El espectáculo duró mientras Arturo observaba desde los hombros de su padre las distintas maneras de descargar la vejiga. Había culpas y satisfacciones en ese acto que él mismo compartía. Con los anteojos empañados, Art se convence de que ser hombre es un acto de libertad y sencillez. Aquí no está su madre desesperada por hallar una taza limpia: un lugar inmaculado donde reposar el culo todo. Aquí no está su hermana, reciente novia e histérica desalmada: obsesionada por infecciones públicas. Aquí, hay una escuela de masculinidad. Arturo se asoma a la izquierda. Por un momento, compara la plenitud de su padre con la inseguridad de Cornelio. Entonces, Arturo sabe que la paz depende de los demás. Desde arriba, el agua está siempre en movimiento: fluye y colorea la blancura de la porcelana. Con cinco años y medio y unos anteojos con vivos rojos, la columna vertebral de Jorge Arturo Jaramillo se arquea lo suficiente. Es 14 de agosto de 2012. Sabe que nadie dormirá, porque en Huamantla las alfombras policromáticas perpetuarán la asunción de María a los cielos. Tal vez ella también mire todo con claridad desde arriba y sepa que cuando su padre le hace caballito, ningún Ernesto, ningún Gerardo, ningún Kevin… puede bulearlo.

Ej. 4 Sie(n)te

* Prosa poética inspirada en esta fotografía, cortesía de Iván Rodríguez (2005).

Siete. Eres mía con la sabiduría de tu nombre; con la soledad de mis refugios oculares; con la esencia de tus rostros aprisionados. Mientras escurre la plata y la gelatina, dejas de mirarme. Y te vas. Sólo queda mi rogación absurda. Quédate, aunque te multipliques en cada güey con el que te revuelques. Búscame, aunque te vengas con cualquiera y sin razones de odio. Búrlame, aunque de frente me digas que ya no hay más rencor que la multiplicación de tus pasiones. Antes de las grietas que nos causó el silencio, en la pared de fondo del olvido se acercó nuestro alivio: miénteme siete veces. Antes de rescatar mi entrega en la memoria de los que no podré mirar de frente, se colapsó la idea: compréndeme siete veces. Eres el argumento avieso de un instante inocente: márchate siete veces. Ya no podré pedir que desaparezcas: te capturé y te capturamos; te observaré y te observaremos. Es el encuentro de todos los anuncios que la luna no puede traducir. Po r eso impugno mi percepción de verte en una. Por eso te atrapé en los albores de la esclavitud de lo que no se puede asir. Por eso atisbo esta clarividencia a media tarde. No es verdad el deseo: la única certeza en esta placa es la luz de lo no quisiste ver. Ya no recorrerás mis vellos-humedales; ni enjugarás la deuda de mis manos fijas. Existirás y no en estos actos amorosos de vernos insensibles. Y olvidarás mis intenciones y callarás tu entrega. Seremos Tántalos con miedo, temblorosos y exánimes, pero con la seguridad de poseernos al límite. Límite-espacio, cierto, pero infinito. Siete. Eres mía con la inseguridad de mi camarita de cinco megapixeles: eres mi oficio.