Por: Ulthar
Con
la espalda encorvada, sosteniendo un trapeador en una mano, Gloria ha
renunciado al aseo. Sopla un mechón de cabello que les estorba su ojo
izquierdo. Se concentra en las medidas de su ventana, recorre el marco con sus
dedos, ella quiere una pantalla LED de cincuenta pulgadas, en paguitos como las
de Coopel. Comienza a apretar un botón
imaginario y observa cómo cambian los canales, las imágenes: la telenovela de
las nueve, el noticiario del conductor de traje, las caricaturas de sus hijos y
las nalgas de los jugadores de fútbol. Todo se diluye, regresa a la transmisión
de la realidad, la que sí es HD, a la misma de siempre, de otro día, de otro
mes, de otro año, como piensa regularmente.
Ahí
están las escaleras negras de caracol, se ve a sí misma subiendo con montones
de ropa y pinzas para tender, como cada sábado desde que se juntó con Joaquín y
nació su primer hijo.
El
“Rufo” se asoma por el techo con la lengua de fuera y el hocico lleno de
tierra. Gloria sabe que subirá a la azotea antes del fin de semana, a limpiar
las cacas del perro callejero que adoptaron sus hijos cuando era un cachorro, y
del que se desentendieron cuando fue creciendo, del mismo que destrozó el
intento de jardín hace poco: cuatro geranios y cuatro macetitas de plástico
mordidas por doquier.
Quita
la vista del “Rufo”, desciende la mirada con los curvas de la escalera metálica,
llega justo donde está la lavadora IEM, un cilindro beige con una perilla
oxidada, una que no tiene ciclos de lavado, ni exprime, ni quita las manchas
como la de su hermana Rosa, a la que siempre llamó gorda o albóndiga, pero que
sí estudió y ahora es doctora. Para tallar está el lavadero de cemento con
manchas de mugre que escurrieron y se secaron como si fueran lágrimas, igual
que la mezcla de llanto y rímel esparcido sobre su cara cuando quería regresar con
sus papás, porque ya le habían llegado rumores de que su novio andaba de perro
con otras chicas, porque él tenía la oportunidad de seguir estudiando mientras
que ella se quedaba en la casa que les habían prestado sus suegros, poniéndose
bonita para que luego no la pelara; por eso se desquitaba con los calzones de
Joaquín dándoles duro con una barra de jabón; pero de eso hace mucho, ahora ya ni llora.
Ve
los botes debajo del lavadero: el aromatizante de pino que funciona por dos
minutos, la sosa para limpiar la estufa y el cloro. Se mira la manos: están
blancas, resecas, y sin esmalte en las uñas, las acerca a su nariz, las huele,
siempre huelen a cloro. Regresa la vista los botes, el jabón se encuentra
dentro de una cubeta de yogurt adornado con caras que sonríen, falsas, fingidas
como las de los familiares de Joaquín en los bautizos, primeras comuniones,
quince años y bodas.
Gira
la cabeza para encontrase con la pared que en un principio era blanca y ahora
está manchada de humedad y toda agrietada. Gloria se toca el vientre, mete su
mano debajo de la playera del PRI que usa siempre que trapea, siente sus
estrías, las marcas de sus tres embarazos y las de “un hijo siempre es una
bendición”, sí una bendición de pañales, leche y ropa, como bromeaban con ella
sus ex compañeros del COBAEP, cuando la
visitaban, cuando era la época dorada del bachiller, en la que era popular, en
la que tenía pretendientes, en donde conoció a Joaquín por quien revoloteaban
las mariposas en su estómago, mismas que nueve meses después se transformaron
en un bebé.
Finalmente
está el boiler, donde ha quemado cartas que ya no significaban nada, y donde
sus sueños y frustraciones siguen ardiendo: porque no usaron condón y quedaron
embarazados a los diecisiete, porque siempre lo han hecho de misionero y ya ni
se besan, porque tuvieron tres varones y decidieron que todos sus nombre
iniciaran con J y ninguno con G, porque ella quería una niña a quien peinar con
trenzas y pasadorcitos, porque nunca uso un vestido azul perlado con zapatillas
de tacón de diez centímetros para graduarse, porque nunca será abogada, porque
aumentó veinte kilos y no le han servido las dietas, porque todas las
vacaciones Jorge, Jonathan y el pequeño Joaquín se la pasan peleando y nunca
han ido a Cancún, porque debe seguir trapeando. Pero a fin de cuentas qué
significa todo eso, Gloria se esfuerza en mantener la casa en orden, en cocinar
rico para que el cuarteto de jotas se lo agradezcan, porque quiere a su
familia, porque ese fue el camino que eligió, porque aguanta otro día, y otro
día y otro día más.
¡Hola! me gustó mucho tu texto. Creo puede mejorarse con lo siguiente:
ResponderEliminar1. Sopla un mechón de cabello que les estorba su ojo izquierdo. Me parece que puede quedar más claro si dice: Sopla un mechón de cabello que le estorba a su ojo izquierdo.
2. del mismo que destrozó el intento de jardín. Sugiero: él mismo que destrozó el intento de jardín.
3. Regresa la vista los botes, Sugiero: Regresa la vista a los botes.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola, me gustó mucho tu texto, concuerdo con fabi, la verdad fue un relato que muchas de la mujeres vivien, me imagino, son la realidad del México actual, en donde muchas mujeres están en esa misma situación, yo que trabajo en un pueblo, es una historia con la que siento identificada a varias mujeres con las que tengo contacto, me quedé picada, te sugieron escribas mas, ya que es un escrito interesante.... Saludos
ResponderEliminarFelicidades!
ResponderEliminarCoincido en el punto tres que menciona Fabiola. Aunque yo usaria los puntos suspensivos. "Regresa la vista... los botes,"
Saludos.
Hola, es interesante leer cómo a partir de una descripción de un espacio cualquiera con productos de limpieza, o bien de una figura femenina castigada por los embarazos, el trabajo y las ilusiones perdidas, presentas una historia que gana el interés y que hace lujo de detalles creativos, como el recurso de los nombres para la terna de hijos.
ResponderEliminarHola!!
ResponderEliminarMi gustó mucho tu texto. Creo que esta muy buen logrado y que a partir de la descripción de lo que ve desde su ventana podemos conocer a una mujer con sueños frustrados, y con la que muchas mujeres se podrían sentir identificadas.
Me gusta también esta parte de como la imagen de un elemento simple o cotidiano puede remitirnos a tantas historias.
Gracias!!
Pfff, ¡me encantó, viejo! Me gustó porque con la descripción me mantuviste en vilo, en-cantando y en tensión. Cada detalle puede convertirse en una historia y, sin embargo, cada descripción está puesta donde debe estar. Pude sentir el espíritu de Gloria y sus aspiraciones, sus contradicciones y sobre todo: su conformismo. Pude sentir el desencanto y el hartazgo. Pude sentir una voz y un personaje. Quise gritar y escapar con la Gloria para no volver nunca a lavar, jejeje. Pero también pude sentir la observación del narrador. Así que: ¡gracias!
ResponderEliminarAhora bien, además de los comentarios de las compañeras, me sumo con un par:
1. "Coppel" en vez de Coopel.
2. Aunque las comas y la puntuación, en general, salvan el ritmo, creo que podrías revisar los signos de puntuación con mayor conciencia.
Abrazo.
Nada que agregar: excelente texto.
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