lunes, 9 de diciembre de 2013

Lucía


En la boca un pedacito de cereal perdido entre las muelas. Más allá de la ventana el ruido de los coches, el ir venir de la ciudad. Lucía dejó su desayuno a medias y fue a mirar por la ventana, fue a perderse como todas la mañanas. Después regresó a la mesa. Tomó un plato y echó un pedazo de pan mordido a la basura.
Sólo era cuestión de tiempo para que recargara su mentón en el umbral de la ventana, de aquel agujero que le dispersaba los pensamientos. Ya instalada en su sitio se dedicaba a jugar con sus pensamientos. Ella había llorado ya lo que había que llorar. Había descubierto lo que había que descubrir. Era todo. Los hechos la habían envuelto en meditaciones, pero hasta eso se había terminado.
Y así empezaba todo. Lucía se dictaba el día en la cabeza. Tenía muchos deseos de vivir algo del pasado, meterse de pronto en una escena vivida y modificarla.  Jugaba a ser Dios. Quería vivir de su sueño. Sin embargo, lo mismo daba.
El camino se abría, quería hablar de algo de lo que ya no podía hablar. Quería entender algo que no podía entender. Y vivir de eso también. Pero no podía. Se vestía entonces todos los días como para vivir eso que no viviría ya más.
Y entonces todo empezaba de nuevo.
No, se decía. Por aquí sólo yo empiezo. Por aquí nadie más me alcanza. Y continuaba pensando, conduciendo hacia al trabajo, curándose. Horas conduciendo del trabajo a casa… y curándose. Y le encolerizaba pensar en estarse curando porque odiaba la idea de que existiera siquiera algo de lo que había que curarse.
Y lloraba de nuevo. Había llegado su mente a una estación nueva en donde su tren se detenía porque había llegado a alguna parte. Y después seguía su rumbo hacia otra y de nuevo el llanto cuando la máquina paraba. No sabía qué tan largo iba a ser ese viaje. Sólo sabía que estaba conociéndose a sí misma a través de sus personas.
Esas personas a las que desconocería apenas las forjara en su memoria. Se decía que lo que más le dolía a veces eran sus adioses. Los adioses dolían en el pecho y en la boca del estómago, justo ahí donde uno se ponía los dedos y el adiós chillaba.
 
Le dolían a veces sus motivos y esa cosa tan importante que parecía ya no estar aquí ni en ninguna época. Esa importancia que llegado el momento se convertía en una obra de arte que la hacía llorar a mares entendiendo el mundo en un pedacito muriéndose.
 
Mecánicamente la vida volvía a tener un sentido.
 
Los momentos volvían a ser unos, doses, treses. Y las calles, tiempos. Y los amores, pensamientos. Los dolores, fuerzas. Pero lo más difícil para Lucía era la disparidad.
 
Había atravesado por algo desigual y diferente. Algo que le dolía cuando reía y que despertaba cuando dormía, algo que le apretaba los ojos, las venas, el corazón.
 
Y no, no tenía miedo, se decía. Quería volver a ser Lucía en dos frases que reflejaran lo mismo que reflejaban antes, pero lo único que podía hacer era resignarse a las mismas dos frases llenas de ideas dispares, convertirse en algo que pudiera ser ella, pero nada se le ocurría. Esta vez era empezar sin recuerdos, buscarse con tino el momento para entrarle a la vida como le entraba cuando niña a brincar la cuerda que los amigos movían en círculo.
No tenía palabras para conjugarse la vida ya, ni siquiera ganas de entrarle al juego de la cuerda, pero tampoco podía quedarse ahí, mirando. Así que se mordió la lengua, se puso un vestido de calle y salió a andar en bicicleta.       
 

4 comentarios:

  1. Hola Bere!
    Me gustó el texto y sobre todo me pusiste a pensar.
    La primer frase no me convence, siento que queda fuera del texto. Iniciaría con la tercer frase "Lucía dejó su desayuno a medias y fue a mirar por la ventana, fue a perderse como todas la mañanas". También la podrías dejar y retomarla al final cuando se muerde la lengua.
    Me gustarían más pistas para definir bien al personaje: qué le pasó. Porque imaginó a alguien mayor y con una enfermedad degenerativa.
    Saludos!

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  2. Coincido con lo de la primera oración del texto.

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  3. Bere, la mera verdad no le entendí al texto, lo leí varías veces y no sé quién es Lucia, qué quiere, qué hace y por qué hace lo se dice en el texto.

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  4. Exacto. Está, en general, bien redactado y es poético pero, a diferencia de los textos anteriores de la autora, éste parece precipitado y no queda clara ni la historia ni la personaje.
    Un par de cosas que me hacen creer el asunto de la precipitación:
    1. Evitar repeticiones innecesarias, p.e.- "que le dispersaba los pensamientos. Ya instalada en su sitio se dedicaba a jugar con sus pensamientos."
    2. "Esa importancia que llegado el momento se convertía en una obra de arte que la hacía llorar a mares entendiendo el mundo en un pedacito muriéndose." Juat?

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