sábado, 30 de noviembre de 2013

A través de la ventana.

Por Naila.

Sentada en el pretil de la ventana veo pasar personas de todas las edades, mujeres jóvenes, mujeres de la tercera edad, viejitos, niños, adolescentes van y vienen. Unos con paso apresurado, otros tranquilos, meditabundos, distraídos. Algunos me reconocen y me saludan, otros esquivan la mirada, disimulan no verme, cuando es evidente me han visto, porque nuestras miradas se cruzan. Creo, están acostumbrados que lleva años la ventana cerrada y la cortina no deja ver nada. Una cortina que hace juego con el decorado de la casa, es de manta, en tono crudo y  combina con los muebles, todos de madera, las paredes tapizadas  también de madera. A través de la ventana muchos tratan de ver algo, se asoman más que nada por curiosidad o quizá por morbo.

Los rumores del pueblo dicen que se enfermó, que se está muriendo de tristeza desde que murió su hija. Se refieren a mi madre, saben que Natalia, mi hermanita, falleció  hace 5 años, que se fue de una forma trágica, con toda una vida por delante, tenía 16 años. Y por eso los vecinos se asoman con frecuencia a la ventana y tratan de averiguar qué pasa, quieren ver si en realidad mi madre se está muriendo de tristeza así como se dice. Además saben que esa ventana lleva más de cinco años cerrada. Sin prudencia se asoman para tratar de indagar algo. Cuando se tropiezan con mi mirada se asustan, se asombran, no se imaginan que estoy sentada en el pretil viendo a la gente pasar. Lo hago para distraerme un poco, para ver qué hay afuera, es como  asomarme al mundo, para salir de la rutina, porque en efecto mi madre se esta muriendo de tristeza, también de otras cosas, como consecuencia de su profundo dolor ya se complicó su estado de salud, pero todo inició por la inmensa tristeza que le provocó la muerte de Natalia.

Desde que era niña hacia eso, me sentaba en ese pretil de azulejo, color amarillo con azul, un azulejo frío, pero ese frío me agrada porque la temperatura de Arriaga oscila entre los 38 y 42 grados. El calor en Arriaga, Chiapas es sofocante, al ser un lugar que pertenece a la costa, Arriaga esta a 40 metros sobre el nivel del mar. Algunos de los que pasan si me saludan, otros sólo me sonríen, muy pocos son los que se acercan y me hacen plática. Sentarme en la ventana es también con el fin de buscar aire, el calor me ahoga, y más el ambiente de la casa, ver a mi madre irse cayendo poco a poco, me desgarra por dentro, siento una gran impotencia, por eso busco otros aires, pero como la calle da a un callejón, no corre mucho el viento, no siento la frescura que busco.

Estar sentada en ese pretil no sólo es para ver pasar a la gente, también es para remontarme a los años de mi infancia, cuando estaba chica y mi madre estaba bien, llena de vida, con una gran fortaleza, incluso Natalia no existia; y ahí me sentaba horas y horas a comer mango-piña, sandía, papause, coyol, almendra, las frutas que más se dan por acá, iba y las cortaba en el patio de la casa, con mis golosinas, me sentaba en el pretil de la ventana, una de las cosas que más me gustaba ver pasar, eran los carretones, en ningún otro lugar los he visto, siempre llevaban carga: frutas, verduras, sillas, mesas, marranos, lo que la gente necesitará transportar, me gustaba verlos, me gustaba ver con que docilidad el caballo que los dirigía, obedecía a cada golpe del carretonero, casi siempre con un chiflido y un fuetazo en el lomo, le daban la órdenes a los caballos, ellos obedientes y con un paso lento llevaban su carga a cuestas. La carga era doble porque también sobre su lomo cargaban el peso de la carreta, las cuales eran hechas con tablas de madera, o más bien con pedazos de tablas, desperdicios de algún mueble. Las tablas sin pintar, viejas, muy viejas, se les veía que los años habían pasado y dejado huella en ellas, a las tablas las sostenían barrotes de fierro, un fierro pesado, macizo, despintado por el uso,  más el peso de la carga que llevaban y por supuesto el peso del carretonero. Cada que oía el sonido de las herraduras del caballo con el contraste de las piedras sabían que ahí venían, que no tardaban en pasar  frente a la ventana. Otras veces el olor a caca de caballo me anunciaba su pasada, porque se iban surrando por todo el camino.

Me quedó horas sentada en el pretil de la ventana, tratando de revivir los años en que mi madre estaba bien.

A través de la ventana, también veo pasar a los centroamericanos, quienes acaban de bajar del tren, esperando nuevamente su salida dos días después, para retomar,  seguir su camino y logar cruzar el país, cumplir el famoso sueño americano. Todos los días pasan y así como desde hace años; sólo piden comida, no hacen daño, no insultan si dejo 5 kilos o 10 kilos de tortilla con el salero a lado, en el pretil de la ventana,  todo se acaba. También les pongo agua, para mitigar un poco su sed. Desde la ventana no veo el tren, a pesar que la estación del ferrocarril esta a una cuadra, pero si oigo el bullicio de los emigrantes que están bajando para pedir ayuda. Es triste ver en su rostro la mirada de ilusión por cruzar el país, llegar a la frontera y poder cumplir su objetivo, buscando una mejor calidad de vida, pero también veo en sus miradas la incertidumbre, pueden quedar tirados en cualquier lugar, ellos saben que la muerte los asecha, el ir en el “Lomo de la bestia” es retar a la muerte para buscar mejor vida, que contradicción. No identifico de qué país son, todos a simple oído tienen el mismo sonsonete, aunque sé de antemano que pueden ser guatemaltecos, hondureños, salvadoreños, pero a simple vista se ven iguales. Todos están tatuados con la misma etiqueta, dolor, hambre, sed, desesperanza y a la vez ilusión, pero más que nada se les ve que la muerte lo vigila.

Todo eso veo a través de la ventana. Hay ratos que no se oye nada, que no pasa nadie y pienso que son instantes para meditar qué más puedo ver, sin ver,  a través de la ventana.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Ej. 7 Descripción



¡Pinche vieja, otra vez con sus ondas! De veras que se pasa. A ver, ¿sí o no el pinche perro no tiene la culpa? Es la vieja maldita que deja al perro chueco ése, desgraciado madreador de la paz del hogar. Me tiene hasta la madre que el perro ladre como si lo estuvieran ofreciendo para el Hanukkah. ¡Oye!: es agudo, molesto, jodido, lastimero. Además, todavía fuera un ladrido de esos de perro de macho que se respeta, pero no, ni madres que así sea. Y deja, toda la noche estuvo ladrando así; bueno, mejor dicho: chillando así. Y ni modo, tengo que seguirle a la chamba. Yo no me gusta lavar los trastes mientras escucho al puto perro. Bueno, tampoco lavar los trastes. Lo que sí me gusta es el agua. Me gusta cómo me invade los brazos, las manos y hasta mi estado de ánimo. Bueno, si supieras que el agua es la única razón por la que lavo los pinches trastes, no creerías que es por puro amor por lo que lo hago. Lo bueno es que el fregadero funciona bien. Además parece como calmante de locos: es todo blanco. Y, como no permito que se quede la mugre de la grasa ni del polvo que entra a la casa, pues se conserva blanco. Ahora que deslizo la méndiga fibra con todo y espuma, siento también que lavar los trastes es pura cuestión de tiempo. Mientras escucho al perro, la espuma se va y también mi tiempo y también el agua y también yo. Este rito del agua y los objetos que limpia me gusta por el orden y la contradicción. Por orden he lavado las cucharas (las pequeñas y soperas), los vasos (de plástico y de vidrio), los platos. Y ahora las ollas. Las ollas son lo que más me relaja. Ya hasta me había olvidado del maltés abandonado. Me cae que pinche vieja. Mala vecina. Pero eso sí, el perro no llega pa’navidad. Le voy a dar su carne y sí que podrá descansar en paz. Como ya no me da tiempo de secar los trastes y de acomodarlos, mejor me baño. La ropa no debería de existir, nada más quita el tiempo para llegar a la regadera. Pinches calcetines           pinches zapatos          pinches zapatos. Viéndolos bien no están mal. El azul siempre me ha parecido un color como de intelectual por eso me encanta. Y mira, no me había dado cuenta de que mis calcetines y mis zapatos son azules. Ya tengo las uñas medio raras así que a darle. Van quedando una a una. Mis dedos y mis pies se sienten agradecidos. Con razón tanta madre para quitarme los zapatos. Ora, no me había fijado en la manchota en mi pierna. Por eso digo que no debería existir la ropa, así nos daríamos cuenta rápido de qué anda mal con el cuerpo. Bien decía mi abuela: si tuviera otro cuerpo, viviría cien años. ¿Pero cómo puedo uno llegar a viejo si se anda tapando el pellejo? ¡Híjole, ya es bien tarde! Ya van dos veces que suena la alarma. Ya, ya: a la próxima le doy “ignorar”. Tampoco me gusta que la méndiga de la María José se despierte con la alarma. Aunque, pensándolo bien, ya es muy tarde como para que se levante la güevona. La regadera está lista, ya van más de treinta minutos desde que prendí el boiler. Ahora que de todos modos tengo que esperarme porque primero entro y me voy lavando la cara. Para arriba y dando círculos, que si no me arrugo. Aquí sí que la grasa es indispensable para que no se cuelgue la jeta. ¡Qué buena esta crema! Luego luego se va sintiendo cómo se acomoda la piel, como si la estiraran, como si alguien me rejuveneciera. Otra vez viene el agua. Y claro que ahora me la dejo. No me seco porque hay que humectar de forma natural la piel. No mames, si supiera mi vieja todo lo que hago. ¡Y eso que no he ido a trotar! Abro la caliente mientras cierro el cancel. He cerrado todas las puertas para que no me vaya a dar un torzón o uno de esos fríos. ¡Pinche perro!, éste sí es el mejor amigo de la vieja cabrona de la Rubí: ya la pienso hasta en mi regaderazo. Tengo que sostenerme bien porque no he lavado bien el piso. Y no vaya ser que ahí vaya la vaca completa a dar el ranazo. Como dice mi chaparra, ¡ay, mi chaparrita!, me tengo que lavar bien porque luego apesto. Ay, ay, ay, ¡ya no llego, no llego hasta las rodillas! ¡Cómo no metí el banquito para que pueda lavarme bien las patas! Lo bueno que soy rápido. ¡Rápido! Ya, con la toallota que nos compramos en el costco cubro bien todo mi… ¡Mira, mira, mira, cómo doy de vueltas! Hasta parece que tengo un ula ula en la cintura. Donna Summer es una chingona. On the radio… and it made me feel proud when i heard you say you couldn't find the words to say it yourself. Ay-ay-ay-ay, me tengo que apurar. Ya va a llegar mi chaparrita y todavía no hay de desayunar. ¡Estoy hecho un marrano, mira nomás, ni siquiera me queda el cocodrilito que me compró la chapis! Pues ya, el pants negro, la playera azul, los tennis con aire y antiderrapantes con antirreflejante y antidesapestante. Ja, a la chaparra le encabrona que diga así, pero me vale. Listo. Estas galletas de chocolate emperador están muy chingonas. Nunca me había tocado una con la tapa al revés. Ya no hay eso de calidad extrema. ¡Ya parece que me hubieran permitido entregar un informe malhecho! Esta galleta está chistosa y sabe bien, igual, pues; pero en mis tiempos me hubieran regresado la pinche galleta. ¡Y ya, carajo, pinche perro! Me cae que no llega a Navidad.

martes, 26 de noviembre de 2013

Se ha ido...


No es la primera vez que me dice que se va...
Oí que se cerro la puerta. Espere unos segundos y deje de escuchar todo aquel ruido que el podría hacer. Realmente se ha marchado.
Instintivamente corro a la ventana con la esperanza de que simplemente este detrás de la puerta esperando una reacción mía o reflexionando sobre lo que ha sucedido esta vez. Pero no esta ahí. 
Agudizo la vista y a lo lejos alcanzo a ver su figura, cada vez más pequeña, alejandose sin mirar atrás.
Reconozco sus pants favoritos (sucios y rotos) que regularmente usa los domingos para quedarse en casa. Sus tenis, los únicos tenis que conserva. La sudadera gris que compramos juntos en alguno de nuestros viajes y su pelo rebelde y despeinado. 
A pesar de estar lejos siento que puedo escuchar sus pasos, su andar pesado pero ágil que tantas veces me hizo esforzarme por seguir para lograr caminar a su lado. 
Casi puedo escuchar su respiración pero en ese momento me doy cuenta que la respiración entrecortada es la mía...
Por alguna razón no me pudo mover por unos minutos. Mi mirada sigue fija en aquel punto en dónde lo he perdido de vista. La pequeña puerta se ha cerrado.
Veo todo y a la vez nada... El simplemente ya no está ahí.
Recorro las diez casas que conforman el condominio. En principio todas iguales y a su vez todas tan distintas. Desde afuera se percibe la personalidad de los habitantes. La mayoría de ellos me tienen sin cuidado.
Los foquitos navideños llaman mi atención. Una serie que parece representar copos de nieve cuelgan del lado izquierdo, le sigue una serie tintineante de focos verdes y azules, y para terminar otra seria de muchos colores que prende y apaga sin lógica alguna. Me perturba el desorden con el que han decorado su casa. ¿No se dan cuenta de lo feo que se ve el tener series tan diferentes todas juntas y mal acomodadas? Si van a hacer algo ¿Por qué no hacerlo bien? 
De pronto retumba en mi cabeza su último comentario antes de irse: ¡Estas loca!... 
Inevitablemente su recuerdo hace que lo buque de nuevo. La puerta continúa cerrada. No hay señales de su presencia.
No se cuantos minutos pasan...
Se abre la puerta, pero es la entrada de los autos. El no tiene coche...
La camioneta negra entra con su convencional estruendo. Ese sujeto si que me da miedo. Siempre escuchando música norteña, incluso puedo verlo con su sombrero, ese que al parecer sólo utiliza dentro de su auto para escuchar música de banda. Puedo imaginarlo con la misma actitud con la que lo veo entrar, pero manejando a gran velocidad entre sembradíos ilegales, huyendo de no se que....
¡Estas loca!.... Suena de nuevo en mi cabeza.
Lola no deja de ladrar ante la llegada de su amo. Salta de un lado para otro. Aparece el segundo perro, no me se su nombré, a él no le gritan tanto como a la pobre Lola. Pero  me inquieta más. Camina por la orilla de la barda de la azotea. Dejo de respirar. Si soplara un poco más fuerte el viento lo podría tirar. Mejor bajo la mirada.
Sigo sin entender porque alguien que gasta más de $10000 en una pequeña cerca de jardín no prefiere invertir en poner unas cortinas decentes en las habitaciones del segundo piso. ¿Porqué tapar las ventanas con toallas o póster viejos de artista de los 80tas? Para mi esta más que claro que es sólo una pantalla. Seguramente no se utilizan esos cuartos o tienen algo que no debe ser visto. Ya lo decía yo, ese vecino.... Ay!! Me esta mirando!!!!
¿Sabe que lo he descubierto? ¿Seré su siguiente víctima? ¿Porqué estoy sola justo en estos momentos? ¿Será que Lola realmente ladra pidiendo ayuda o queriendo ponerme en aviso del peligro que todos corremos?
¡ESTAS LOCA!...
Regreso la mirada a la puerta que justo en ese momento se abre. Ella sí que esta loca. La hermana de la señora de la casa uno. ¿Será que algún día me saber el nombre de mis vecinos? Ambas señoras entran presurosas. Parece que vienen del mercado ya que arrastran el carrito de tela que habitualmente llenan de diversos alimentos y que llevan al condominio de a lado en donde vive otro familiar suyo. Sin más las pierdo de vista.
El tiempo pasa, veo todo neblinoso. Por un momento siento que efectivamente ha bajado la neblina. Todo gris, y húmedo... Mis mejillas están húmedas, ahora entiendo el desafoque de la visión. ¡Comienzo a perder la calma!
Dos niños han salido a jugar con su pelota. No se que tiene de divertido pasarla una y otra vez, toco, pateo, toco, pateo, toco, pateo. Ese sonido de la pelota rebotando en cada pared, en sus zapatos sucios, en el cuerpo del más pequeño... ¡El niño grande es un abusivo! Siempre aprovechándose del más débil! ¡Siempre abusando del hermano menor!
"Es tarde, metanse ya!" Escucho gritar a la madre que de pronto me mira ¿Habrá podido escuchar mis pensamientos? ¿Cree que le haré algo a su bestia? 
Estas loca... loca... loca...
Y sola!!!
No puedo ver. 
Escucho a lo lejos que de nuevo se sobré la pequeña puerta del fondo......

Corro a la cama a seguir "viendo" la película como si nada hubiera pasado. 
Yo sabía que regresaría.

lunes, 25 de noviembre de 2013

EJERCICIO DESCRIPTIVO

SABOR A CAÑA
Llegando del trabajo con los nervios de punta, pues los niños ha acabado con mi paciencia y mi energía. Pienso, en qué trabajaré mañana con ellos, qué haremos durante la clase, llego a mi cuarto, me recuesto en mi cama con el deseo de descansar, tener un momento de paz, tranquilidad y silencio. Pero …
Cierro mis ojos para relajarme, cuando de pronto se escuchan las voces de unas señoras que dicen: ¡apúrate! que vamos tarde y ya sonó el silbato del ingenio; se deben estar muriendo de hambre los hombres, ¡sí! y yo que me dormí, por eso se me hizo tarde. Se pierde el sonido de sus voces que marcan su lejanía.
Intento concentrarme nuevamente para descansar cuando tocan la puerta insistentemente; es una señora de la sierra que viene ofreciendo sus productos: pan, cacahuates, verduras; con su cara de cansancio y esperanza de que le compren algo porque no ha vendido nada en todo el día y sus pies denotan el largo camino que ha recorrido pues están llenos de polvo. Cómpreme algo doñita no he vendido nada aunque sea para mis tortillas, está bien le contestan deme una bolsa de cacahuates, son diez pesos, gracias.



¡Gas de Oaxaca! (música de fondo) ¡Gas de Oaxaca! Se vuelve a escuchar, gas, gas, gas lleve su gas entre ruidos de tanques de gas que cargan y descargan del carro y la voz de unos hombres ¡ora si hace calor!, quema como si fuera el infierno, si hombre cada día el calor no nos deja, son doscientos cincuenta señora, ¿volvió a subir el precio? Sí Doña, qué le vamos hacer el gobierno sube y sube la cosas, deberás que no tienen vergüenza, como si uno fuera millonario, bueno pues gracias, de nada doñita.

Levanto un poco mi cabeza y digo ya no quiero estar aquí, el calor, el aburriento, no hay nada que hacer, solo ver pasar las horas, las tardes, los días y así hasta que se llega el fin de semana. Observo por la ventana los cactus que cubren el cerro de la Cruz llamado así por los habitantes, algunas casas en él y un profundo silencio, sin ni  una persona por la calle, como si fuera un pueblo fantasma sin actividad. Enfrente la vecina abre su puerta y sale con un traste lleno de comida para los perros callejeros que son los únicos que andan por la calle a esta hora de la tarde. Así me quedo por varios minutos y ni una alma que pasa por la calle, hasta que por fin suena la chicharra del ingenio y a los diez minutos se escuchan las voces de los trabajadores que van hacia sus casas, con su cara de cansancio, su ropa sucia del trabajo, el sudor que escurre en su frente, sus manos llenas de callos, sus arrugas que se marcan al reír ya que van bromeando y diciendo cosas que no quería yo escuchar.

VEN DANTE, DESCRIBE ESTA OSCURIDAD

Por: Mara

Blanco, blanco, blanco…hoy como tantas veces, veo blanco, blanco, blanco; uno, dos, tres, cuatro…no acaba  la empinada escalinata y están ahí, lúgubres, reunidos, callados; miran sin mirar, buscan en sus recuerdos y seguramente siempre se topan con la última escena;  su expresión dibuja la amargura de las palabras nunca dichas, del perdón no pronunciado….cruje la conciencia; cinco, seis, siete, ocho…se abre la puerta, mmmm… otro círculo infernal en la tierra; Dante, no acaso tu delineaste las miserias humanas?, ¡ah¡…. no las agotaste. Están ahí, ahí…los infelices que engañan y parece que nunca estuvieron vivos…, distingo  la penumbra, eres tú el que acompaña mi viaje?
Aquí también hay círculos de congoja y desolación, pero no veo los de esperanza…. Tú ves almas, yo veo cuerpos; aquí no hay porte ni glamur, el cansancio se arrincona, la pesadumbre encoge el ánimo…. la incertidumbre los vuelve impacientes...
Hay un escarnecedor del tiempo, ese reloj viejo, él, es el único que camina rítmicamente, los demás, absortos en sus pensamientos o en su extenuación esperan noticias.
 ¡Oh¡ aquí también está Minos que se levanta como juez, frío, frío, f-r-í-o ante el dolor… no ve a los ojos, no le interesa poner atención, es tan solo una madrugada más, cada vivo no es más que un impávido número, una ficha  por atender… no mira sus rostros, mucho menos el dolor o el ceño fruncido por la dolencia. ¿Quién les ha puesto sobre las espaldas esa carga?, y sobre los pies, ¿esas cadenas que impiden desplazarse livianamente?
Dante, muéstrame el alba, acaso todo es infierno y purgatorio? ¿a dónde ha quedado el Paraíso? ¿acaso el bosque de las arpías no cesa?

Tu oyes crujidos, yo lamentos, aquí no hay pecadores, ni justos, sólo enfermos.        

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Ejercicio descripción



Recorrido diario.

Bait Uley, Líbano. 6:45 de la mañana.

El motor agotado de un vehículo se oye a la distancia y entre más se acerca puedo ver un camión desvencijado, viejo y destartalado. Un Mercedes-Benz con los espejos rotos, el chasis medio pintado de blanco, y un letrero que apenas se distingue con la leyenda: “Transporte escolar” se acerca a la parada, al principio de la gran calle, y los frenos crujen al hacer un alto. 

Tuffic, mi hijo, mi primogénito, mi único varón ahí está parado, bien uniformado y con su mochila en mano, espera pacientemente. El olor del escape llega a su nariz, provocándole una tos intensa.

Se apresura a abrir la puerta, que al parecer hace ya varios años era automática y ahora está descompuesta. A pesar de los intentos se ha quedado atrancada, por lo que un pasajero se ofrece a empujarla desde el interior del autobús. 

Asciende y busca un asiento, procurando no golpear su cabeza con el techo, no logra ubicar donde sentarse. No ha terminado de encontrar un lugar, cuando ya el camión ha arrancado en vuelo. 

Me pongo nerviosa al mirar la escena desde la ventana de mi habitación que da a la calle. 

Pierde el balance y caé encima de un pasajero. Intenta levantarse rápidamente, pero lo brusco de otro movimiento lo estanca en un espacio. 

Imagino el crack de sus rodillas al doblarlas detrás de la diminuta butaca. Apenas tiene 14 años, pero en estos últimos meses ya alcanzó 1.80mts de estatura. Sus movimientos son grotescos, como si ese cuerpo no le perteneciera. 

Todos voltean a mirarlo. Dos accidentes en menos de 30 segundos. Lo veo saludar rápidamente asentando con la cabeza a su compañero de al lado, un pequeño de no más de 6 años con sus grandes ojos y un sándwich en la mano. Intenta moverse un poco para evitar que su acompañante le ensucie el uniforme; pero ha quedado atrapado, ya que el número de pasajeros va aumentando. No puede moverse. Más estudiantes intentan subir y se empujan unos a otros en la parada de la esquina.

Estira su brazo para abrir la ventana. Su intento es en vano. La ventana no abre.
Las llantas rechinan. Sigo aquí prestando atención a cada detalle. Como si quisiera viajar con él. 

El camión destartalado continúa enviando fumarolas de diésel. Todos hablan y gritan y no logro distinguir más que el ruido del motor desafinado. Tienen el mismo destino. Van encimados y apretados en el camión de la escuela. 

No lo he perdido de vista, desde mi ventana lo sigo observando. Han llegado al final de la calle. El chofer, que no deja de fumar, inadvertidamente pisa el freno y tres estudiantes salen volando. 

Esta mañana hay despliegue militar en las calles de Bait Uley. En el retén los soldados los han parado. El vehículo ha sido inspeccionado meticulosamente… los dejan pasar. Se dirigen hacia la colina. El mofle ha pegado con el pavimento. Apenas y sube el camión. La caja de velocidades cruje. El chofer fuerza primera. Van subiendo.  Logran llegar  a la cima. 

El camión escolar atraviesa un valle y a lo lejos se vislumbran huertos de limón y naranja. Los olivos reverdecen. Han ya dejado la vista del mar atrás y se pierden en mi mirada. Cada vez más lejos. 

Tengo la tele encendida y escucho que en Beirut hay toque de queda. “Un nuevo atentado. Dos explosiones han dejado más de 25 muertos… Puede que la violencia se propague hacia el sur del país”  Sigo aquí parada viendo desde la ventana, he quedado paralizada. ¡No sé qué hacer!

Lleva dos meses haciendo este recorrido a diario y yo dos meses mirándolo a lo lejos, desde mi ventana. Él no lo sabe. Observo mi reloj sin sentido. Siento que lo más sano en estos momentos es llorar, pero no pierdo la cordura. Solo espero llegue a la escuela a salvo.

lunes, 18 de noviembre de 2013



A TIERRAS LEJANAS

Érase una vez la historia de una mujer que viajó a tierras muy lejanas para acompañar a su marido en una aventura interminable, infinita.

Antes de su partida, todos sus amigos y familiares llegaron a visitarla y le regalaron muchas cosas. La mujer empacó todos esos regalos, pero al cargarlos se dio cuenta de que no podría llevarlos consigo. 

Su marido le había dicho: “Mujer, solo podrás llevar contigo cuantas cosas puedas cargar en tus manos. La jornada es larga y agotante”.
Habré que dejarlos, pensó. 

Pasó entonces a pesar sus artículos personales.
Decidió empacar sus zapatos y sus ropas, pero se dio cuenta que no podía llevarlas todas.

La mujer, desesperada, se sentó y pensó.
¿Qué puedo empacar que solo quepa en mis manos?
Por décadas sus libros, siempre sus libros, la habían acompañado y decidió que por lo pequeño de su equipaje solo estos podían ir con ella.

 Uff! Al pesarlos sabía que no aguantaría la jornada. 

La mujer empacaba y desempacaba. Una y otra vez y no podía decidir que llevar consigo que solo sus manos pudiesen aguantar.

Consultó a sus vecinos. Todos coincidieron con la respuesta. “Lo mejor para el viajero es un equipaje ligero.” 

Se acercó a sus padres, ellos ya tenían la experiencia de haber viajado a tierras lejanas.
“Así es hija, lo mejor para el viajero es un equipaje ligero.”
Fue entonces con sus amigos, esperando encontrar una mejor idea que le dejase llevar una carga más pesada que pudiese soportar en su viaje, a esas tierras lejanas, donde sin duda necesitaría de sus pertenencias.
Todas sus amigas Gloria, Cecilia e Isabel, expertas en viajes largos, coincidieron en la respuesta: “lo mejor para el viajero es un equipaje ligero”.

¡Demonios! pensó la mujer que deseaba enormemente poder viajar con todas sus pertenencias. 

¿Qué voy a hacer? Nada de lo que he empacado una y otra vez lo puedo llevar en una jornada tan larga.

Así que se puso a cavilar. Tantas cosas cómo puedan cargar mis manos
Definitivamente eran pocas las cosas que podía llevar en sus manos. 

Ciertamente solo tenía dos manos y podía llevar con ella lo que pudiesen cargar.
Pensó y pensó por varios días, hasta darse cuenta que lo único que podía llevar consigo eran sus ideas.

Sí, sus ideas no pesaban.

Se dio cuenta también de que mucho podía caber en su corazón y entonces pensó:
Sí, en mi corazón también caben muchas otras cosas. 

¡Qué cosas podrían caber en el corazón de esa mujer!

Ella decidió que en su corazón se llevaba a esas tierras lejanas el recuerdo de sus familiares, especialmente el de su padre y su madre. El cariño de sus hermanos, los bonitos recuerdos de sus amigos. Descubrió tantas y tantas cosas que su corazón podría cargar, que se llenó de gozo.

Ya no necesitaba un equipaje. Su mente y su corazón serían suficientes para enfrentar su soledad y la nostalgia en esas tierras lejanas.